noveno día: a Madrid de nuevo
me despierto, como siempre muy temprano, para empezar a preparar las cosas que tengo que llevar a Madrid. Cuatro cuadros. Los envuelvo en plástico de burbujitas y uno de ellos, que ya había recibido un golpe, recibe otro: le doy con el pie y arranco un trozo del yeso de una esquina. Son demasiado frágiles ... todo es demasiado fragil. Esta tarde me toca restaurarlo y que no se note el golpe.
siento una sensación extraña al ver que todos los cuadros están terminados ya, una sensación como de vacío y a la vez de libertad. Me gustaría irme de viaje unos días a relajar la mente, quizá a la playa. Me gustaría poder dormir plácidamente y no despertarme tan temprano. Me gustaría poderte ver esta noche, no quiero dormir solo, quiero que hablemos ... La verdad es que me siento unpoco vacío, no triste ni nostálgico, sólo un poco vacío. Algunas de mis piezas faltan y las echo de menos.
en unas horas voy a Madrid, con los cuatro cuadros. Me encontraré lo de siempre, sin ninguna novedad, seguro. Principio de tarde tediosa que remediaré quedando con alguien para matar el tiempo hasta que ella llegue y, ojalá, llame por teléfono para decírmelo. Mañana por la mañana terminaré de restaurar el cuadro herido y, quizás, para relajarme, vaya a ver una exposición. A las 18:30 la cita con la galería.

otra vez el inexorable paso del tiempo y su rastro escrito, sus consecuencias. "enero 2004 - Semana Santa de 2004 - octubre 2004", y ayer el día de la madre. No dejé de mirar ese cuadro en todo el día, colgado en la pared principal de mi salón, vigilando la sala.
mi madre, revuelta por dentro, empieza a escribir líneas tristes en las que relata cómo mi padre es atacado por la enfermedad que tantas veces ha derrotado y que otras tantas le ha vencido. Se adapta, toma formas blandas, de cariño, de dedicación. Se olvida de cuáles son sus quehaceres para dedicarse por completo a ayudarle a superar su posible agonía. Finalmente vence, blanca, lisa, brillante y luminosa la mala racha sin saber ... Semana Santa de 2004, devorada por lo mismo, por todos lados, vientre hinchado y menos de 50 kilos. El amor de la familia es lo único que le preocupa y, agarrada a ello, siempre pensando en proteger a los suyos, lucha contra el monstruo que cada día va dejando más huellas sobre su rostro, sobre sus piernas, sobre su vientre, sobre los que la queremos. Me rebelo y golpeo la almohada tumefacta que se resquebraja, maciza, dejando gotear rastros de sangre, mostrándonos la podredumbre en toda su esencia. Ella sonríe a pesar de todo e intenta hacer el esfuerzo de mantenerse en pie, de dar de comer a su nieta a la que por fín ha visto, se fotografía con ella con un rostro que ninguno queremos ver, una imagen que nadie quiere recordar. Y en su lugar la casa se llena de imágenes sonrientes, de momentos de alegría y de escenas entrañables. Todos alrededor, octubre de 2004, con su mano entre las nuestras, acostada en la cama. Los ojos cerrados bajo unos párpados que pelean por querer abrirse, la piel de la cara amarillenta, tensada por los huesos que la dan forma desde dentro. Callada, con sus secretos dentro, los que se llevó con ella para siempre y nunca nos dijo. Yo sólo recuerdo aquel "yo confío en tí" que me dijo con aquella mirada de complicidad después de yo intentarle hacer ver a mi padre el camino que ya mucho antes había elegido. "No te preocupes, yo confío en tí" se me quedó grabado en la mente para siempre, y por ella lo hice, recordando toda su vida, para que nunca se me olvide que en el lecho de su muerte confió en mí.
se fue. Entre gemidos suaves que más que de dolor eran de pena, de pena y de preocupación por dejar las cosas sin terminar, por no haber visto las cosas funcionar como todos le habíamos prometido. Pero la vida no le regaló más años y quiso que se durmiera, un 4 de octubre recién estrenado, con todas sus ilusiones, algunas de ellas sin cumplir, con el vientre hinchado y endurecido, entre las lágrimas de sus seres queridos, juntos, abrazados. Y yo, desesperado, preso de la rabia, golpeo el almohadón endurecido deformándolo con mis nudillos; de mis manos, ensangrentadas, caen gotas sobre la superficie, grito y aprieto los dientes por la rabia y por la frustración de no poder contribuir a una despedida más dulce. Dejó dos huecos entre las piezas amarillentas de un colchón de cuero envejecido, huecos como ojos abiertos al infinito, a la esperanza y al deseo de que todo iba a ir bien. Mi padre se los cerró antes de romper a llorar, como un niño, al darse cuenta de que había perdido a la mujer de su vida.
ayer fue el día de la madre y yo te felicité, desde mi estudio, mirando al cuadro, recordándote, hasta que mi visión fue tan turbia que pensé que todo esto está siendo, solamente, un mal sueño del que pronto despertaré. Frente a mí, una cara y dos ojos negros me dirán lo mucho que me quieren. Y ella me abrazará con mucho cariño.
... sólo es una pesadilla, Nacho ... tranquilízate, venga ... deja de temblar, cariño ...
siento una sensación extraña al ver que todos los cuadros están terminados ya, una sensación como de vacío y a la vez de libertad. Me gustaría irme de viaje unos días a relajar la mente, quizá a la playa. Me gustaría poder dormir plácidamente y no despertarme tan temprano. Me gustaría poderte ver esta noche, no quiero dormir solo, quiero que hablemos ... La verdad es que me siento unpoco vacío, no triste ni nostálgico, sólo un poco vacío. Algunas de mis piezas faltan y las echo de menos.
en unas horas voy a Madrid, con los cuatro cuadros. Me encontraré lo de siempre, sin ninguna novedad, seguro. Principio de tarde tediosa que remediaré quedando con alguien para matar el tiempo hasta que ella llegue y, ojalá, llame por teléfono para decírmelo. Mañana por la mañana terminaré de restaurar el cuadro herido y, quizás, para relajarme, vaya a ver una exposición. A las 18:30 la cita con la galería.

otra vez el inexorable paso del tiempo y su rastro escrito, sus consecuencias. "enero 2004 - Semana Santa de 2004 - octubre 2004", y ayer el día de la madre. No dejé de mirar ese cuadro en todo el día, colgado en la pared principal de mi salón, vigilando la sala.
mi madre, revuelta por dentro, empieza a escribir líneas tristes en las que relata cómo mi padre es atacado por la enfermedad que tantas veces ha derrotado y que otras tantas le ha vencido. Se adapta, toma formas blandas, de cariño, de dedicación. Se olvida de cuáles son sus quehaceres para dedicarse por completo a ayudarle a superar su posible agonía. Finalmente vence, blanca, lisa, brillante y luminosa la mala racha sin saber ... Semana Santa de 2004, devorada por lo mismo, por todos lados, vientre hinchado y menos de 50 kilos. El amor de la familia es lo único que le preocupa y, agarrada a ello, siempre pensando en proteger a los suyos, lucha contra el monstruo que cada día va dejando más huellas sobre su rostro, sobre sus piernas, sobre su vientre, sobre los que la queremos. Me rebelo y golpeo la almohada tumefacta que se resquebraja, maciza, dejando gotear rastros de sangre, mostrándonos la podredumbre en toda su esencia. Ella sonríe a pesar de todo e intenta hacer el esfuerzo de mantenerse en pie, de dar de comer a su nieta a la que por fín ha visto, se fotografía con ella con un rostro que ninguno queremos ver, una imagen que nadie quiere recordar. Y en su lugar la casa se llena de imágenes sonrientes, de momentos de alegría y de escenas entrañables. Todos alrededor, octubre de 2004, con su mano entre las nuestras, acostada en la cama. Los ojos cerrados bajo unos párpados que pelean por querer abrirse, la piel de la cara amarillenta, tensada por los huesos que la dan forma desde dentro. Callada, con sus secretos dentro, los que se llevó con ella para siempre y nunca nos dijo. Yo sólo recuerdo aquel "yo confío en tí" que me dijo con aquella mirada de complicidad después de yo intentarle hacer ver a mi padre el camino que ya mucho antes había elegido. "No te preocupes, yo confío en tí" se me quedó grabado en la mente para siempre, y por ella lo hice, recordando toda su vida, para que nunca se me olvide que en el lecho de su muerte confió en mí.
se fue. Entre gemidos suaves que más que de dolor eran de pena, de pena y de preocupación por dejar las cosas sin terminar, por no haber visto las cosas funcionar como todos le habíamos prometido. Pero la vida no le regaló más años y quiso que se durmiera, un 4 de octubre recién estrenado, con todas sus ilusiones, algunas de ellas sin cumplir, con el vientre hinchado y endurecido, entre las lágrimas de sus seres queridos, juntos, abrazados. Y yo, desesperado, preso de la rabia, golpeo el almohadón endurecido deformándolo con mis nudillos; de mis manos, ensangrentadas, caen gotas sobre la superficie, grito y aprieto los dientes por la rabia y por la frustración de no poder contribuir a una despedida más dulce. Dejó dos huecos entre las piezas amarillentas de un colchón de cuero envejecido, huecos como ojos abiertos al infinito, a la esperanza y al deseo de que todo iba a ir bien. Mi padre se los cerró antes de romper a llorar, como un niño, al darse cuenta de que había perdido a la mujer de su vida.
ayer fue el día de la madre y yo te felicité, desde mi estudio, mirando al cuadro, recordándote, hasta que mi visión fue tan turbia que pensé que todo esto está siendo, solamente, un mal sueño del que pronto despertaré. Frente a mí, una cara y dos ojos negros me dirán lo mucho que me quieren. Y ella me abrazará con mucho cariño.
... sólo es una pesadilla, Nacho ... tranquilízate, venga ... deja de temblar, cariño ...
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