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have I brain today?

el escritor y el niño

La primera versión de este cuento data del 9 de octubre de 2001. No digo que la historia sea del todo mía, sólo digo que me hizo pensar y que cambió muchos planteamientos de vida en los que me habían educado. Desde entonces lo tengo bien presente siempre, porque pienso que salvar una sola vida, de la forma que sea, es contribuir a cambiar el mundo. Es, definitivamente, cambiar el mundo sin necesidad de pensar en milagros. La tuve muy en cuenta, y en ella me apoyé, cuando decidí salvar mi propia vida rompiendo con todo sin miramientos, decidiendo ser solamente YO. Y sólo os digo una cosa, en mi caso funcionó, y funciona cada día, porque seguramente yo soy así. Y así me reconozco, y así quiero ser, y nada ni nadie me cambiará jamás.

Una vez, un escritor famoso, harto del ritmo frenético de la ciudad que no le dejaba concentrarse en su trabajo y dado que tenía la idea de escribir sobre su propia vida, decidió irse a vivir a una isla remota en donde pensó que encontraría tranquilidad suficiente para poder pensar. Compró una barca grande, empaquetó sus cosas y embarcó dirigiéndose hacia el lugar en donde se ponía el sol.
Navegó durante varios días y varias noches por un mar tranquilo y vio cómo el sol salía y cómo se ponía cerca de donde él tenía pensado vivir. Un día tras otro soñó con un lugar diferente, un lugar en donde no hubiera el más mínimo rastro de civilización. Y le pareció encontrarlo cuando por fín un día llegó a una playa de arenas muy blancas en la que iban a morir pequeñas olas azules. La brisa fresca del mar le refrescaba la cara mientras iba descargando sus cosas en la playa.

Pasaron varios días en los cuales el escritor se dedicó a construir una cabaña muy humilde que le serviría para resguardarse de las tormentas que pensaba que habría en la época húmeda y en la que dormir y guardar sus cosas.
Cuando hubo termninado de construir lo que sería su vivienda comenzó a pensar sobre lo que iba a escribir. Pensó acerca de lo que había hecho a lo largo de su vida, los libros que había escrito, los lugares que había visitado, las personas que había conocido. Reflexionó sobre su niñez y su adolescencia y miró a lo lejos, al horizonte, donde el mar se funde con el cielo azul. Cuando bajó un poco la mirada, dispuesto a empezar a escribir sobre un papel en blanco se dio cuenta de que no era el único habitante de esa isla. Observó un poco más y vio una persona paseando en la playa. Parecía una persona de pequeña estatura que andaba despacio, mirando al suelo y agachándose cada poco tiempo. Después se incorporaba y parecía que lanzaba algo hacia el horizonte, piedras quizá.
El escritor no le dio importancia y empezó a escribir sobre la inutilidad de las luchas en que había participado de joven, cuando era estudiante en la universidad. Así pasó su primer día de trabajo en aquella isla desierta.

Fueron pasando los días y cada vez iba rellenando más y más hojas de líneas sobre él, sobre sus cosas, su vida y sus logros. Volvió a levantar la mirada y allí estaba la misma pesona, caminando por la playa, despacio, tranquilamente, como si nada en el mundo fuera más importante que disfrutar de ese paseo, como si nadie le observase. El escritor volvió a concentrarse y continuó escribiendo.

Todos los días estaba atareado escribiendo su vida, y todos los días aquella persona aparecía paseando por delante de sus ojos. Un domingo en que el escritor decidió que descansaría para reflexionar sobre su trabajo bajó a la playa a sentarse sobre la cálida arena y cuál fue su sorpresa al ver otra vez a la persona que había estado paseando tranquilamente por la playa tantas veces y, seguramente, más de las que él vió. Entonces se dio cuenta de que era un niño como de unos ocho o quizá nueve años de piel muy morena y semidesnudo. Parecía haber nacido en la isla y conocerla muy bien. Se acercó a él y el niño pareció no sentir su presencia. Cuando el escritor estuvo al lado del niño le saludó, y éste, que estaba agachado, se incorporó mirándole y saludó con una sonrisa. El escritor le preguntó qué es lo que hacía agachado. El niño respondió:

- Recojo las estrellas de mar que la marea alta deja en la playa y las devuelvo al mar.
El escritor pensó un poco y le dijo:

- Debe haber millones de estrellas de mar en las playas de esta isla ¿qué más da una más que una menos? a nadie le importan estas estrellas ¿no crees?

El niño se agachó de nuevo y recogió de entre la arena blanca una estrella de color rojo vivo. Después se puso en pie observando lo que tenía en la palma de su mano. La estrella estaba manchada de arena muy fina. Entonces levantó la mirada hacia el escritor que le miraba sonriente y se dio la vuelta colocándose de cara a las olas que rompían pausada y suavemente en la orilla. Fue entonces cuando extendió su brazo hacia atrás y lanzó la estrella con todas sus fuerzas mar adentro; se volvió de nuevo al escritor y le dijo:

- A ésta, al menos, sí.

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