la ventana de los niños
una imagen de cuando era sólo un niño, de las noches con formas sinuosas, de colchones mucho más blandos, de sábanas de flores que compraba mi madre a precios de oferta y que convertían la noche en un mundo de poliéster estampado con colores. Un mundo que picaba y raspaba la piel, que no se arrugaba y que lavaban una vez cada dos semanas, harto de soportar el sudor de las noches de juegos con cojines con peces de colores impresos, partidos de fútbol que locutaban personajes imaginarios repitiendo una y otra vez la misma jugada hasta que se correspondían los hechos y las palabras, y que duraban las horas justas hasta que mi padre venía a reprendernos por algún golpe desafortunado o hasta que alguno se cansaba de tanto imaginar.yo intentaba dormir, abrazado a la almohada, de la misma manera exactamente que hago ahora mismo. Así quedaron las formas de mis brazos impresas en los volúmenes de aquella página, y el calor que todavía me acuna por las noches cuando lo necesito, aún siendo mayor. Por las mañanas la funda se había salido de su sitio y aparecía revuelta con las sábanas, en el fondo de la cama que hacía, cada mañana, la mujer que nos cuidaba. Todavía soñaba con días más felices, en los que pasasen más cosas, días que compartir a la sombra de una encina, sentados en la hierba seca de una pradera. Verano, las bicicletas apoyadas en los troncos de los de al lado o tiradas en el suelo hartas del polvo abrasador de los caminos. Hoy en día, a los niños, los adultos les organizan ludotecas y demás distracciones, con fondos de los ayuntamientos, para mantenerlos fuera del ambiente hostil de la calle y de sus padres, que estarán demasiado ocupados para disfrutar de ellos y de su libertad. Se ha perdido la iniciativa de jugar y la capacidad de soñar con la aventura infantil. Ahora son los adultos los que la añoran cuando se ven inmersos en el frenesí de una vida que les vive a ellos, y asienten con ello porque la vida es así.
entre nubes aparece el estampado de aquellas camas, de los nervios por las vacaciones recién estrenadas, la ansiedad porque llegasen los amigos de la infancia y la necesidad de volver a subir aquellas montañas. Y todo ello te rodea recordándote que no debes olvidar ...
por todos aquellos días
por toda aquella gente
por todos los momentos
que vivimos sin pensar
pero aquel tiempo ya nunca volvería aunque lo pudieras pensar, aunque lo deseases con todas tus fuerzas. De aquellas hazañas sólo queda una imagen que se va diluyendo con el paso del tiempo y que, al final, sólo es una fotografía de colores desteñidos y contornos cada vez más difusos que va perdiendo la cuenta de las veces que se ha recordado. Allí se quedaron el frenesí y las gotas de sudor secas en nuestras frentes, empapado el polvo que levantaban nuestras bicicletas al frenar. ¿Qué batallas inventaremos ahora? ¿Qué campeones existirán después de todo aquello? ¿Qué retos aceptamos desde que las arañas empezaron a tejer sus telas de esquina a esquina de nuestros recuerdos?
los colchones, que se recortan en el mar de flores espantosas, se convierten en siluetas macabras, ventanas en las que nos asomamos para vernos como los niños que rodean la televisión para ver una película en un mediodía de agosto, en una sala a oscuras.
el humo se disipó, el tiempo que corría sin cesar lo disolvió. Punto.
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