el gato azul
Su vida es vivida por los acontecimientos que estaban sucediendo en esos días, en esos meses. Nota que empieza a perder el control de ella y que lo hace de una manera plenamente aceptada. Siente que algo de lo que había logrado con tanto esfuerzo se está durmiendo, después de tanto tiempo, años. Cuando lo quiere contar no se atreve y cuando lo quiere olvidar, o apartar de su lado, tiene que hacerlo tragando saliva y comiéndome las uñas. Ante el impulso que le invade surge el "hoy tampoco" y se revuelve por dentro, y tiene que aguantar, otra semana más, otro mes más. Acostumbrado a lo que ha tenido, a lo que le han negado y alo que no ha tenido, no le cuesta contenerse otros días más. ¿Qué son siete días más cuando ha estado esperando tantos años, frenándose, conteniéndose, resignándose? Siete días no son nada para él ni para nadie, pero sí lo son para su instinto, sí lo son para las ganas y sí lo son para ese gato que se muere de frío, que tirita a la vez que lanza maullidos lastimeros al aire para ver si alguien los oye. Busca, rebusca y se introduce por todos los huecos de las vallas. Observa con ojos atentos y se relame cuando ve cómo juegan los otros gatos en el descampado, cuando pelean por la raspa de un pescado, cuando se revuelcan y después se quedan inmóviles, tumbados al sol que les calienta, con los ojos entornados y esbozando esa sonrisa de placer que sólo ellos saben dibujar, mientras cae la tarde en la ciudad estremecedora. En su cabeza resuenan armonías de un contrabajo triste, melodías de un saxofón desafinado ...
El gato errante, en un barrio de escombros, se percata de la llegada de extraños, se agazapa, se yergue después, o los saluda invitándoles a que le acaricien el lomo. Pero esta vez tendrán que trepar hasta lo alto del muro, acercarse ellos. Cuando se encariñen con él, si se han atrevido a encaramarse utilizando algún cajón o bidón vacío como escalera, querrán llevárselo a casa, como animal de compañía, dócil, doméstico ... el gato se revolverá y bufará, las orejas hacia atrás, el lomo erizado, el rabo apuntando al cielo, las garras preparadas. Nadie puede tocarlo, nadie debe hacerlo porque él no está ya acostumbrado a que lo hagan, porque nadie lo hacía, sólo en medio de la oscuridad de la noche y de forma distraída, antes de propinarle una patada para que se aleje. Nadie puede hacerlo porque ya sabe esquivar las botellas vacías que los borrachos de la calle le lanzan para asustarlo, un solo movimiento, preciso y veloz, y el transeúnte yerra en su intento. No hay más botellas, empiezan las muecas. Él es ya un maestro del zafarse de esos problemas y cada mañana se levanta, se relame, se limpia e inicia su paseo a ninguna parte, sólo por matar el tiempo. Busca ratones o escarabajos con los que se entretiene dándoles la vuelta, los patea y, finalmente, se olvida de ellos porque otra cosa ha distraído su atención, quizá el sonido del motor de un coche, el cláxon de un autobús o el viento, que silba entre las matas del solar en don de vive.
Siempre pensó en emigrar a otra parte de la ciudad porque aquello ya no ofrecía más que lo que ha tenido toda su vida, porque lo conoce, porque lleva esperando demasiado tiempo. De otros lugares le llegan comentarios de otros compañeros vagabundos; los escucha atento pero con disimulo, los ordena y ha creado una estampa, bella imagen, de lo que debe ser aquello. Por las noches sueña con largos paseos mecidos por una brisa cálida, sueña con juegos y con carreras al atardecer, y con noches llenas de maullidos, cantos al día siguiente. Se recoge en el hueco de una gran tubería, al oscurecer, en el solar de siempre, se estruja contra sí mismo, borracho de tristeza, de aburrimiento, y cierra los ojos, las orejas enhiestas, alerta mientras acompaña su duermevela con un ronroneo que habla de lo que necesita, que le dice a la luna que, aunque no sea ahora el momento, cualquier día emigrará, y dejará ahí todo, para siempre, porque nada le tiene ya que enseñar.
Hoy no pudo ser, mañana quizá, o pasado ... pero será posible, contigo o con quien sea. Será posible con quien quiera acompañarlo en ese viaje, y los que le observan no el acompañan, sólo le observan.
El gato errante, en un barrio de escombros, se percata de la llegada de extraños, se agazapa, se yergue después, o los saluda invitándoles a que le acaricien el lomo. Pero esta vez tendrán que trepar hasta lo alto del muro, acercarse ellos. Cuando se encariñen con él, si se han atrevido a encaramarse utilizando algún cajón o bidón vacío como escalera, querrán llevárselo a casa, como animal de compañía, dócil, doméstico ... el gato se revolverá y bufará, las orejas hacia atrás, el lomo erizado, el rabo apuntando al cielo, las garras preparadas. Nadie puede tocarlo, nadie debe hacerlo porque él no está ya acostumbrado a que lo hagan, porque nadie lo hacía, sólo en medio de la oscuridad de la noche y de forma distraída, antes de propinarle una patada para que se aleje. Nadie puede hacerlo porque ya sabe esquivar las botellas vacías que los borrachos de la calle le lanzan para asustarlo, un solo movimiento, preciso y veloz, y el transeúnte yerra en su intento. No hay más botellas, empiezan las muecas. Él es ya un maestro del zafarse de esos problemas y cada mañana se levanta, se relame, se limpia e inicia su paseo a ninguna parte, sólo por matar el tiempo. Busca ratones o escarabajos con los que se entretiene dándoles la vuelta, los patea y, finalmente, se olvida de ellos porque otra cosa ha distraído su atención, quizá el sonido del motor de un coche, el cláxon de un autobús o el viento, que silba entre las matas del solar en don de vive.
Siempre pensó en emigrar a otra parte de la ciudad porque aquello ya no ofrecía más que lo que ha tenido toda su vida, porque lo conoce, porque lleva esperando demasiado tiempo. De otros lugares le llegan comentarios de otros compañeros vagabundos; los escucha atento pero con disimulo, los ordena y ha creado una estampa, bella imagen, de lo que debe ser aquello. Por las noches sueña con largos paseos mecidos por una brisa cálida, sueña con juegos y con carreras al atardecer, y con noches llenas de maullidos, cantos al día siguiente. Se recoge en el hueco de una gran tubería, al oscurecer, en el solar de siempre, se estruja contra sí mismo, borracho de tristeza, de aburrimiento, y cierra los ojos, las orejas enhiestas, alerta mientras acompaña su duermevela con un ronroneo que habla de lo que necesita, que le dice a la luna que, aunque no sea ahora el momento, cualquier día emigrará, y dejará ahí todo, para siempre, porque nada le tiene ya que enseñar.
Hoy no pudo ser, mañana quizá, o pasado ... pero será posible, contigo o con quien sea. Será posible con quien quiera acompañarlo en ese viaje, y los que le observan no el acompañan, sólo le observan.
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