de mentes y humanos
Me sugiere una amiga que escriba acerca de mi experiencia como individuo al que un día le diagnosticaron un trastorno bipolar, mis pareceres, mi opinión y mis vivencias como tal. Yo siempre me he cuestionado el diagnóstico que aseguró tajantemente un equipo psicológico-psiquiátrico supuestamente competente. Me lo cuestioné y, realmente, no creí que dieran con la clave exacta del problema. Por otro lado ellos siempre intentaron "sanar" mi cerebro con unos fines que yo siempre he dicho que fueron meramente estadísticos.
Haber vivido cuadros bipolares en el seno de la sociedad en la que vivía ha sido, empírica y existencialmente, duro. Pero ha sido terriblemente enriquecedor. Terriblemente porque en mi caso me ha servido para tomar una conciencia de lo que realmente me rodea, del entorno y de los seres que lo habitan y que me rodean. Y enriquecedor porque, tras mucho esfuerzo (literalmente, minuto a minuto), reflexión y aceptación de muchas cosas, he llegado a tener un conocimiento de mi propio ser, un cierto control de mi persona (más del alma que del cuerpo) y un criterio bastante sincero con respecto a las cosas que suceden continuamente. Creo que he aprovechado mi propia oportunidad y he sido lo suficientemente valiente para poder dar un salto necesario para salvar mi vida sin que me importasen lo más mínimo las opiniones de la gente que me rodeaba y que se jactaban de ser mentes equilibradas y con las cosas claras.
Reconozco que en algún momento estuve en tratamiento, tomé medicación, que dicho sea de paso, me hizo engordar mucho y, por ende, estar cada vez más incómodo dentro de un cuerpo que cada día me gustaba menos. En estos estados me ví o me sentí obligado a leer muchas cosas, de las cuales pocas eran literatura acerca de lo que me decían que me estaba sucediendo. Ni sentía curiosidad por saber qué era ni nada parecido, simplemente no lo creí. Siempre pensé que dentro de cada ser humano, en su cerebro, del que casi nada concoemos, hay no sólo dos polaridades radicalmente diferentes, opuestas, que pelean entre sí por gobernar nuestros impulsos y nuestros actos o reacciones. No hay solamente dos, hay, seguramente, cientos de ellas. El mundo de la psiquiatría y el caracter especulativo y claramente mercantilista de la psicología clínica común actual me hicieron caer en la seguridad de sus limitaciones y en la falta de criterio de muchos de los facultativos que la ejercen. Como en casi todos los mundos, sobra la gran mayoría de ejercientes y falta, escandalosamente, una calidad en los tratamientos y, sobre todo, una honestidad. Ambos mundos no me merecen la más mínima credibilidad, por decirlo amablemente, sí un respeto hacia las personas como tales que lo ejercen, pero nada más. Siempre he pensado que para poder dar solución a un problema mental sólo basta un pco de comprensión y una mente abierta por parte de la gente que "se sienta delante del diván". Una mente que sea capaz de entender que cuando alguien busca la ayuda de un experto en esta materia no necesariamente busca una reinserción en ningún sitio, necesita un cambio, y que alguien le asesore sobre cómo hacerlo. No se busca una opinión, se busca, realmente, una ayuda, una razón que se encuentra en el mero hecho de contar las experiencias y los pensamientos que se tienen.
Mi experiencia con el que fue mi psicólogo, puesto que la psiquiatra responsable de mi tratamiento tuvo el contacto justo conmigo, el justo para recetarme mi fila diaria de pastillas, fue, por lo menos gracioso. Durante algunos años acudía a su consulta y, humildemente, me sentaba en una silla que al final hasta me parecía cómoda. Allí contaba mis pareceres y mis pensamientos acerca de los sucesos diarios, le hablaba de mis ideales y del arte en la vida, sobre todo; observaba cómo hacía gala de una extraordinaria seguridad cuando hablaba de cosas que para mí resultaban ser humo, ambigüedades basadas en lo aprendido normalmente y que no eran extrapolables a nadie en mi opinión. Creo que nunca entendió que la persona que tenía delante no sentía hacia el mundo en el que vivía el más mínimo aprecio ni interés. Creo que nunca fue consciente del enorme desprecio que yo pudiera sentir hacia el caracter dócil, que él me presentaba como adaptativo, de la sociedad en la que vivía. Tampoco entendió que yo no entendiese en absoluto lo que me rodeaba y, lo que era más serio, que no tenía la menor intención de quererlo entender más que de una manera exclusivamente personal, es decir, sólo me importaba tener clara una idea que me rondaba la cabeza para emitir un juicio de valor personal que me hiciera tomar posición frente a lo que yo consideraba el "factor enemigo".
En definitiva, dejé pasar el tiempo, y disfruté de una baja laboral que consideré óptima para tomar el impulso necesario para dar el salto que necesitaba. Por cautela, siendo consciente de que me podía estar equivocando, más bien seguramente por miedo a no seguir sus experiencias (nunca me dijo que él había sentido cada segundo del día esas dos, o "n", personas que pugnaban interiormente por resolver las situaciones), trabajé en algo que solamente se parecía a la parte más sencilla de lo que actualmente he reconocido como mi razón de vida. Era sencillo ser hasta bueno en aquel campo y no me costaba, cada cierto tiempo, demostrar que conocía el terreno que pisaba. Al poco tiempo volví a caer en la cuenta de que mis apreciaciones hacia el mundo que me rodeaba eran cietas, estaban fundadas y de que no necesitaba tener que teorizar más sobre algo que para mí era evidente. Era así, y punto. Haber intentado dar otra oportunidad, seguramente, me hubiera llevado al punto desde el que partía, que era la certeza de que hoy en día el hombre sólo sabe hablar, hablar de una individualidad que es incapaz de plantearse más que en términos predadores, es decir, sólo en términos de "mi vida y mis cosas son mías y tú ni las toques". Era la certeza de que el homo sapiens había devenido en homo docilis. De que, como muchos temieron pero no acertaron con el centro, el hombre había sido dominado por la máquina, pero no por la máquina física, menuda trivialidad, sino por la máquina de la vida. Los engranajes de la cotidianeidad habían quitado todo el sentido a todo y ahora nada nos pertenecía, ni siquiera la propia vida, que era posesión de la empresa para la que trabajábamos, del estado en el que vivíamos y de los jefes que nos ordenaban. Todo el mundo hablaba de robots que dominarían el mundo y de que no sabíamos hacer nada sin tener en cuenta la tecnología. Yo hablaba de que, sencillamente, no sabíamos hacer nada para nosotros mismos. Cuando alguien me decía que sí, siempre le respondí que el ocio es ocio, que se hace porque sí y no para nosotros mismos y que cuando después volvíamos a la rutina, no habíamos aprendido absolutamente nada. La demostración era clara, todo el mundo, después de un fin de semana de ocio, el domingo por la noche sentía la ansiedad y el desprecio hacia los lunes, todos sufrían por tener que madrugar el lunes y volverse a colocar en la fila de la rutina. Yo, personalmente, no necesitaba saber más.
Paralela y afortunadamente tuve la oportunidad de poder pensar en profundidad sobre muchas cuestiones, empecé a dar pinceladas en ciertos lienzos que tenía bastante olvidados y llenos de polvo en el fondo de mi alma. Dí con alguien en mi vida que me hizo cuestionarme muchas cosas. Como le dije, no sé si bien, durante todo ese tiempo fue la única brújula que necesité, y la única que se me ofreció. Pude aclarar, a través de ciertos desatinos, mi idea sobre ciertos sentimientos, hacia el hombre y hacia el mundo, y también hacia uno mismo. Casi todas las noches, en la soledad de mi casa, por la noche casi siempre, me embarcaba en otro larguísimo diálogo interior (y manifiestamente exterior) que se establecía entre esas dos (o "n") personas que yo también albergaba dentro. Las "conversaciones" duraban horas, a veces terminaba riendo satisfecho, otras, muchas, llorando y algunas dañándome físicamente con la tranquilidad de que haciéndolo así no dañaría a nadie más. Al final los diálogos fueron desapareciendo y, en su lugar, la seguridad de que las cosas eran así porque yo las quería así fue apareciendo. Sentí que empezaba ser dueño de mis emociones y era capaz de provocar cualquiera de ellas sin mayor problema y siendo capaz de sentirlas de verdad. Me daba igual que fuera un sentimiento de amor que uno de tristeza, de alegría o de repugnancia, reir por nada o sufrir por todo ...
Había llegado el momento en el que cada vez que lloraba sabía perfectamente el por qué de aquello. Ya no eran esos llantos "sin razón" bajo el agua de la ducha cada mañana, ya no era el desconocimiento acerca de mi persona ni acerca del resto, ahora eran provocados, por decirlo de alguna manera. Ahora las reacciones eran mucho más equilibradas que nunca y cada día es más complicado que me asalten por sorpresa mis propias emociones, quiero decir que cuando me siento triste entiendo por qué me siento así, cuando grito es porque necesito gritar, porque siento que quiero hacerlo y cuando me hablan de algo que no me interesa, sé hacer que no me afecten las cosas que no me da la gana que me afecten ... Creo que sé colocar las cosas en su sitio y tengo las estanterías de mi propio cerebro perfectamente ordenadas; a mi manera, pero perfectamente categorizadas. Es más, me importa bien poco el no coincidir con nadie en ello, ni con personas ni con estándares, porque ese orden responde con total honestidad a los principios que yo me he ido elaborando tras tantas reflexiones, dudas y amarguras de la vida.
Hoy me planteo que la calidad de la mente de la persona depende casi en exclusiva de la capacidad de equilibrar todos los discursos que las diferentes personalidades que todos tenemos dentro pueden ofrecernos y, de hecho, nos seguirán ofreciendo. Hablo en tercera persona ("seguirán") por no decir "seguiremos", porque esas diferentes personalidades seguimos siendo nosotros mismos, no son monstruos, no son creaciones nacidas de nada más que de donde nació nuestro cerebro. Como digo, del consenso (palabra "de moda" en 2005) de todos esos aspectos, se forma nuestro criterio. Para mí, el error es pensar que eso son enfermedades o problemas. Si así fuera, que obviamente en el ámbito social es así, todo lo demás es considerado como tara, fallo o enfermedad sólo por su diferencia. Extrapolado a la vida cotidiana, todo lo que no ofrece una aceptación directa de los estándares sociales (absolutamente contrarios al caracter estrictamente individual del hombre) es considerado un problema. Cuando critico la política actual, critico el "talante" sin talento, critico que se abrace a la luz lo que en la oscuridad se considera enfermo, distinto. Entender es compartir, y por no compartir, la gent eno comparte ni espacio, pero es políticamente correcto y sólo eso cuenta, incluso por encima de lo que sentimos. ¿Alguien piensa que hemos avanzado? Yo pienso que no sólo no hemos retrocedido, sino que, después de muchos años, continuamos parados delante de la misma duda, con la misma indecisión y el mismo miedo a perder ¿"qué"?, a perder lo que nunca hemos tenido, que son las riendas de nuestra vida. Miedo a aceptar que ser libre es tan sencillo como dejar fluir lo que nos sale de dentro, hacerlo crecer, y permitir que esa diferencia enriquezca nuestra vida primero, después "lo social". Tenemos miedo a ser nosotros mismos, miedo a ser conscientes de que no nos conocemos en ninguna de nuestras maneras y miedo a no saber aceptarnos como somos, como nos creamos nosotros mismos. Por culpa del miedo, cuando nos vemos enfrentados a nosotros mismos, tomamos a la "parte irracional y monstruosa" de nosotros mismos como enferma, y la queremos sanar, erradicar, fulminar ... acudimos a un psicólogo. Él sólo sabe parchear mentes, poner en funcionamiento mentes al servicio de un sistema que, si se lee al principio de todo esto, es precisamente lo que yo nunca acepté, comprendí ni necesité.
Ahora volvería a hacer una visita a mi terapeuta, seguramente me gustaría ponerle contra las cuerdas con dos sencillas preguntas ... "¿para qué hace todo lo que hace?" y "¿por qué tiene miedo?". Porque es evidente que tuvo miedo a realizar su trabajo de asesor de forma objetiva, que es lo que todos los que acudimos a su consulta seguramente le pedimos, y más de uno le implora hasta con lágrimas en los ojos. Tuvo miedo a aceptar que una persona que está en su derecho existencial de no aceptar una serie de normas sin dañar a nadie, estaba en lo cierto también, y que su deber humano y profesional, seguramente, sería haberle orientado por caminos menos convencionales. Porque esa persona, que era yo en este caso, no necesitaba en absoluto una orientación para llegar al punto del que estaba partiendo en aquella mañana.
En el caso en que, efectivamente, yo hubiera sido un "bipolar" clínico, que no fue tal, ¿qué problema habría habido? ¿por qué tengo yo que aceptar sin más las cosas que me vienen dadas de fuera? ¿por qué tengo que aceptar y por qué no rebelarme, hasta con violencia, contra ello, si en tal caso yo la veo justificada? ¿por qué tenía yo creer en una persona que ni siquiera aceptaba que dentro de un ser humano de cuyo cerebro no conoce prácticamente nada pudieran coexistir demasiados matices de diferencia, contradicciones, que pueden llegar a un equilibrio? ¿por qué en lugar de decirme que lo que veía más viable era ser fiel a mi condición de perimetral o externo ("outsider", como me definió) en lugar de intentar (que no conseguir) reinsertarme en un matrix social que desde los 10 años ya me estaba planteando? ¿Eso, acaso, no es trabajar para el sistema? Un terapeuta de la mente y todos cuantos trabajan en ese campo (psicólogos y psiquiatras al menos) tienen la obligación ética de trabajar exclusivamente para la mente de su paciente. Lo otro son políticos, capataces, o policías, no nos equivoquemos. La reflexión personal también la deben hacer ellos, pienso yo ... ¿se atreverían? ;)
Si eres bipolar, o lo que te quieran llamar, tienes que aprender a sacar el máximo partido de ello, no a volverle la cara a la realidad; y mucho menos tolerar que te tomen por enfermo o distinto, veo más la solución en un buen argumento que en la "fila de las pastillas de colores" y las charlas de reinserción; pero esto, evidentemente, es sólo una opinión personal. A pesar de ello, si necesita usted más argumentos, yo tengo más.
Haber vivido cuadros bipolares en el seno de la sociedad en la que vivía ha sido, empírica y existencialmente, duro. Pero ha sido terriblemente enriquecedor. Terriblemente porque en mi caso me ha servido para tomar una conciencia de lo que realmente me rodea, del entorno y de los seres que lo habitan y que me rodean. Y enriquecedor porque, tras mucho esfuerzo (literalmente, minuto a minuto), reflexión y aceptación de muchas cosas, he llegado a tener un conocimiento de mi propio ser, un cierto control de mi persona (más del alma que del cuerpo) y un criterio bastante sincero con respecto a las cosas que suceden continuamente. Creo que he aprovechado mi propia oportunidad y he sido lo suficientemente valiente para poder dar un salto necesario para salvar mi vida sin que me importasen lo más mínimo las opiniones de la gente que me rodeaba y que se jactaban de ser mentes equilibradas y con las cosas claras.
Reconozco que en algún momento estuve en tratamiento, tomé medicación, que dicho sea de paso, me hizo engordar mucho y, por ende, estar cada vez más incómodo dentro de un cuerpo que cada día me gustaba menos. En estos estados me ví o me sentí obligado a leer muchas cosas, de las cuales pocas eran literatura acerca de lo que me decían que me estaba sucediendo. Ni sentía curiosidad por saber qué era ni nada parecido, simplemente no lo creí. Siempre pensé que dentro de cada ser humano, en su cerebro, del que casi nada concoemos, hay no sólo dos polaridades radicalmente diferentes, opuestas, que pelean entre sí por gobernar nuestros impulsos y nuestros actos o reacciones. No hay solamente dos, hay, seguramente, cientos de ellas. El mundo de la psiquiatría y el caracter especulativo y claramente mercantilista de la psicología clínica común actual me hicieron caer en la seguridad de sus limitaciones y en la falta de criterio de muchos de los facultativos que la ejercen. Como en casi todos los mundos, sobra la gran mayoría de ejercientes y falta, escandalosamente, una calidad en los tratamientos y, sobre todo, una honestidad. Ambos mundos no me merecen la más mínima credibilidad, por decirlo amablemente, sí un respeto hacia las personas como tales que lo ejercen, pero nada más. Siempre he pensado que para poder dar solución a un problema mental sólo basta un pco de comprensión y una mente abierta por parte de la gente que "se sienta delante del diván". Una mente que sea capaz de entender que cuando alguien busca la ayuda de un experto en esta materia no necesariamente busca una reinserción en ningún sitio, necesita un cambio, y que alguien le asesore sobre cómo hacerlo. No se busca una opinión, se busca, realmente, una ayuda, una razón que se encuentra en el mero hecho de contar las experiencias y los pensamientos que se tienen.
Mi experiencia con el que fue mi psicólogo, puesto que la psiquiatra responsable de mi tratamiento tuvo el contacto justo conmigo, el justo para recetarme mi fila diaria de pastillas, fue, por lo menos gracioso. Durante algunos años acudía a su consulta y, humildemente, me sentaba en una silla que al final hasta me parecía cómoda. Allí contaba mis pareceres y mis pensamientos acerca de los sucesos diarios, le hablaba de mis ideales y del arte en la vida, sobre todo; observaba cómo hacía gala de una extraordinaria seguridad cuando hablaba de cosas que para mí resultaban ser humo, ambigüedades basadas en lo aprendido normalmente y que no eran extrapolables a nadie en mi opinión. Creo que nunca entendió que la persona que tenía delante no sentía hacia el mundo en el que vivía el más mínimo aprecio ni interés. Creo que nunca fue consciente del enorme desprecio que yo pudiera sentir hacia el caracter dócil, que él me presentaba como adaptativo, de la sociedad en la que vivía. Tampoco entendió que yo no entendiese en absoluto lo que me rodeaba y, lo que era más serio, que no tenía la menor intención de quererlo entender más que de una manera exclusivamente personal, es decir, sólo me importaba tener clara una idea que me rondaba la cabeza para emitir un juicio de valor personal que me hiciera tomar posición frente a lo que yo consideraba el "factor enemigo".
En definitiva, dejé pasar el tiempo, y disfruté de una baja laboral que consideré óptima para tomar el impulso necesario para dar el salto que necesitaba. Por cautela, siendo consciente de que me podía estar equivocando, más bien seguramente por miedo a no seguir sus experiencias (nunca me dijo que él había sentido cada segundo del día esas dos, o "n", personas que pugnaban interiormente por resolver las situaciones), trabajé en algo que solamente se parecía a la parte más sencilla de lo que actualmente he reconocido como mi razón de vida. Era sencillo ser hasta bueno en aquel campo y no me costaba, cada cierto tiempo, demostrar que conocía el terreno que pisaba. Al poco tiempo volví a caer en la cuenta de que mis apreciaciones hacia el mundo que me rodeaba eran cietas, estaban fundadas y de que no necesitaba tener que teorizar más sobre algo que para mí era evidente. Era así, y punto. Haber intentado dar otra oportunidad, seguramente, me hubiera llevado al punto desde el que partía, que era la certeza de que hoy en día el hombre sólo sabe hablar, hablar de una individualidad que es incapaz de plantearse más que en términos predadores, es decir, sólo en términos de "mi vida y mis cosas son mías y tú ni las toques". Era la certeza de que el homo sapiens había devenido en homo docilis. De que, como muchos temieron pero no acertaron con el centro, el hombre había sido dominado por la máquina, pero no por la máquina física, menuda trivialidad, sino por la máquina de la vida. Los engranajes de la cotidianeidad habían quitado todo el sentido a todo y ahora nada nos pertenecía, ni siquiera la propia vida, que era posesión de la empresa para la que trabajábamos, del estado en el que vivíamos y de los jefes que nos ordenaban. Todo el mundo hablaba de robots que dominarían el mundo y de que no sabíamos hacer nada sin tener en cuenta la tecnología. Yo hablaba de que, sencillamente, no sabíamos hacer nada para nosotros mismos. Cuando alguien me decía que sí, siempre le respondí que el ocio es ocio, que se hace porque sí y no para nosotros mismos y que cuando después volvíamos a la rutina, no habíamos aprendido absolutamente nada. La demostración era clara, todo el mundo, después de un fin de semana de ocio, el domingo por la noche sentía la ansiedad y el desprecio hacia los lunes, todos sufrían por tener que madrugar el lunes y volverse a colocar en la fila de la rutina. Yo, personalmente, no necesitaba saber más.
Paralela y afortunadamente tuve la oportunidad de poder pensar en profundidad sobre muchas cuestiones, empecé a dar pinceladas en ciertos lienzos que tenía bastante olvidados y llenos de polvo en el fondo de mi alma. Dí con alguien en mi vida que me hizo cuestionarme muchas cosas. Como le dije, no sé si bien, durante todo ese tiempo fue la única brújula que necesité, y la única que se me ofreció. Pude aclarar, a través de ciertos desatinos, mi idea sobre ciertos sentimientos, hacia el hombre y hacia el mundo, y también hacia uno mismo. Casi todas las noches, en la soledad de mi casa, por la noche casi siempre, me embarcaba en otro larguísimo diálogo interior (y manifiestamente exterior) que se establecía entre esas dos (o "n") personas que yo también albergaba dentro. Las "conversaciones" duraban horas, a veces terminaba riendo satisfecho, otras, muchas, llorando y algunas dañándome físicamente con la tranquilidad de que haciéndolo así no dañaría a nadie más. Al final los diálogos fueron desapareciendo y, en su lugar, la seguridad de que las cosas eran así porque yo las quería así fue apareciendo. Sentí que empezaba ser dueño de mis emociones y era capaz de provocar cualquiera de ellas sin mayor problema y siendo capaz de sentirlas de verdad. Me daba igual que fuera un sentimiento de amor que uno de tristeza, de alegría o de repugnancia, reir por nada o sufrir por todo ...
Había llegado el momento en el que cada vez que lloraba sabía perfectamente el por qué de aquello. Ya no eran esos llantos "sin razón" bajo el agua de la ducha cada mañana, ya no era el desconocimiento acerca de mi persona ni acerca del resto, ahora eran provocados, por decirlo de alguna manera. Ahora las reacciones eran mucho más equilibradas que nunca y cada día es más complicado que me asalten por sorpresa mis propias emociones, quiero decir que cuando me siento triste entiendo por qué me siento así, cuando grito es porque necesito gritar, porque siento que quiero hacerlo y cuando me hablan de algo que no me interesa, sé hacer que no me afecten las cosas que no me da la gana que me afecten ... Creo que sé colocar las cosas en su sitio y tengo las estanterías de mi propio cerebro perfectamente ordenadas; a mi manera, pero perfectamente categorizadas. Es más, me importa bien poco el no coincidir con nadie en ello, ni con personas ni con estándares, porque ese orden responde con total honestidad a los principios que yo me he ido elaborando tras tantas reflexiones, dudas y amarguras de la vida.
Hoy me planteo que la calidad de la mente de la persona depende casi en exclusiva de la capacidad de equilibrar todos los discursos que las diferentes personalidades que todos tenemos dentro pueden ofrecernos y, de hecho, nos seguirán ofreciendo. Hablo en tercera persona ("seguirán") por no decir "seguiremos", porque esas diferentes personalidades seguimos siendo nosotros mismos, no son monstruos, no son creaciones nacidas de nada más que de donde nació nuestro cerebro. Como digo, del consenso (palabra "de moda" en 2005) de todos esos aspectos, se forma nuestro criterio. Para mí, el error es pensar que eso son enfermedades o problemas. Si así fuera, que obviamente en el ámbito social es así, todo lo demás es considerado como tara, fallo o enfermedad sólo por su diferencia. Extrapolado a la vida cotidiana, todo lo que no ofrece una aceptación directa de los estándares sociales (absolutamente contrarios al caracter estrictamente individual del hombre) es considerado un problema. Cuando critico la política actual, critico el "talante" sin talento, critico que se abrace a la luz lo que en la oscuridad se considera enfermo, distinto. Entender es compartir, y por no compartir, la gent eno comparte ni espacio, pero es políticamente correcto y sólo eso cuenta, incluso por encima de lo que sentimos. ¿Alguien piensa que hemos avanzado? Yo pienso que no sólo no hemos retrocedido, sino que, después de muchos años, continuamos parados delante de la misma duda, con la misma indecisión y el mismo miedo a perder ¿"qué"?, a perder lo que nunca hemos tenido, que son las riendas de nuestra vida. Miedo a aceptar que ser libre es tan sencillo como dejar fluir lo que nos sale de dentro, hacerlo crecer, y permitir que esa diferencia enriquezca nuestra vida primero, después "lo social". Tenemos miedo a ser nosotros mismos, miedo a ser conscientes de que no nos conocemos en ninguna de nuestras maneras y miedo a no saber aceptarnos como somos, como nos creamos nosotros mismos. Por culpa del miedo, cuando nos vemos enfrentados a nosotros mismos, tomamos a la "parte irracional y monstruosa" de nosotros mismos como enferma, y la queremos sanar, erradicar, fulminar ... acudimos a un psicólogo. Él sólo sabe parchear mentes, poner en funcionamiento mentes al servicio de un sistema que, si se lee al principio de todo esto, es precisamente lo que yo nunca acepté, comprendí ni necesité.
Ahora volvería a hacer una visita a mi terapeuta, seguramente me gustaría ponerle contra las cuerdas con dos sencillas preguntas ... "¿para qué hace todo lo que hace?" y "¿por qué tiene miedo?". Porque es evidente que tuvo miedo a realizar su trabajo de asesor de forma objetiva, que es lo que todos los que acudimos a su consulta seguramente le pedimos, y más de uno le implora hasta con lágrimas en los ojos. Tuvo miedo a aceptar que una persona que está en su derecho existencial de no aceptar una serie de normas sin dañar a nadie, estaba en lo cierto también, y que su deber humano y profesional, seguramente, sería haberle orientado por caminos menos convencionales. Porque esa persona, que era yo en este caso, no necesitaba en absoluto una orientación para llegar al punto del que estaba partiendo en aquella mañana.
En el caso en que, efectivamente, yo hubiera sido un "bipolar" clínico, que no fue tal, ¿qué problema habría habido? ¿por qué tengo yo que aceptar sin más las cosas que me vienen dadas de fuera? ¿por qué tengo que aceptar y por qué no rebelarme, hasta con violencia, contra ello, si en tal caso yo la veo justificada? ¿por qué tenía yo creer en una persona que ni siquiera aceptaba que dentro de un ser humano de cuyo cerebro no conoce prácticamente nada pudieran coexistir demasiados matices de diferencia, contradicciones, que pueden llegar a un equilibrio? ¿por qué en lugar de decirme que lo que veía más viable era ser fiel a mi condición de perimetral o externo ("outsider", como me definió) en lugar de intentar (que no conseguir) reinsertarme en un matrix social que desde los 10 años ya me estaba planteando? ¿Eso, acaso, no es trabajar para el sistema? Un terapeuta de la mente y todos cuantos trabajan en ese campo (psicólogos y psiquiatras al menos) tienen la obligación ética de trabajar exclusivamente para la mente de su paciente. Lo otro son políticos, capataces, o policías, no nos equivoquemos. La reflexión personal también la deben hacer ellos, pienso yo ... ¿se atreverían? ;)
Si eres bipolar, o lo que te quieran llamar, tienes que aprender a sacar el máximo partido de ello, no a volverle la cara a la realidad; y mucho menos tolerar que te tomen por enfermo o distinto, veo más la solución en un buen argumento que en la "fila de las pastillas de colores" y las charlas de reinserción; pero esto, evidentemente, es sólo una opinión personal. A pesar de ello, si necesita usted más argumentos, yo tengo más.
1 comentario
AVIL -
Estoy super orgullosa de lo que has conseguido en todo este tiempo, y de que cada segundo ha merecido la pena. Aqui tienes la prueba de ello.
la pregunta del miedo, me ha recordado muchas cosas...
Gracias por el rato que he disfrutado leyéndo.
Besows
[C]