el trabajo del artista
Soy una persona que, al despertarme, no me gusta quedarme en la cama mucho tiempo. Una vez que he abierto los ojos no tardo más de cinco minutos en salir de la cama. En esos cinco minutos es cuando me organizo el día teniendo en cuenta las contingencias que pueda haber. Hoy he permanecido un par de minutos más en la cama mientras disfrutaba de una sensación típicamente desagradable que me sucede casi todos los días, algunas veces, sobre todo por las mañanas o por las noches me siento asaltado por una ansiedad que a menudo es creciente y que termina cuando me pongo a trabajar, normalmente en el cuadro que hubiera dejado el día anterior, aunque si empiezo uno nuevo me satisface un poco más. Esta mañana me ha rondado la cabeza, de manera tricionera, la sensación de pérdida de tiempo, de dilapidación de mis recursos y de vaguería. He pensado que mientras yo estoy disfrutando de un estilo de vida diferente voy separándome cada día más del ritmo cotidiano del resto de la sociedad que me rodea, me alejo de sus principios y, de alguna manera, siento el mundo y la vida de forma diferente al resto.
Hace unos años, cuando trabajaba por cuenta ajena, era el reloj, mecánico o electrónico, el que ordenaba lo que tenía que hacer cada hora del día: la hora en que debía abrir los ojos y empezar a pensar, la hora en que debía subirme al metro o al autobús para ir a mi trabajo, la hora en que debía comer y el tiempo que tenía para hacerlo y la hora en la que debía volver a casa o atender otro tipo de compromisos normalmente laborales; la hora de cenar, la hora de esparcimiento personal y la hora en que el día había terminado con la obligación de cerrar los ojos y desconectar de esta realidad para pdoer rendir adecuadamente en la jornada siguiente, es decir, el número de horas que se supone que debía dormir para, al día siguiente, volver a la misma rutina. Mi jefe no era mi jefe, era el reloj, que es el jefe de toda la humanidad por lo que parece.
A mí nunca me ha gustado esa idea y desde hace ya demasiados años no tengo un reloj en mi muñeca, no porque me moleste llevar algo ahí, que así es en efecto, sino porque no soporto la idea de que una invención humana, una máquina, sea la que parcele mi vida y me indique qué hacer en cada momento, mucho menos queme lo advierta con sonidos no armónicos como voces de mando. Cuando alguienme regala un reloj no me hace ningún favor ni me produce ninguna ilusión, sino que me regala el látigo que me subyuga y me adocena. Flaco favor.
Hoy, sin necesidad de escuchar ese sonido del pi-pi-pi-piiiiii, pi-pi-pi-piiiiii ... me he despertado, como casi todos los días, a las 8:30 de la mañana y he sentido en mi cabeza ese sonido. Inmeiatamente me he recordado que en el arte no hay tiempo y que yo soy artista. No intento serlo, lo soy. Intentarlo es inútil y absurdo. Ser artista no es tener una ocupación laboral, es un estilo de vida que se basa en materializar tus necesidades, se basa en la necesidad de dar forma a toda la avalancha de ideas y sentimientos provocadas por las sensaciones percibidas del exterior a través del reciclado de experiencias cotidianas. Las conversaciones, los paisajes, la observación sosegada de lo que ocurre a mi alrededor, el desayuno en la barra de un bar, que puede prolongarse horas (esa es una de las contingencias que valoro), es considerado como "trabajo". Después vendrá el momento de elaboración del nuevo concepto o de adaptación y/o modificación del concepto ya existente apoyándolo o contradiciéndolo. Posteriormente la necesidad de expresarlo de uno u otro modo y la reflexión acerca de la validez e interés personal por el resultado que, eventualmente, se traduce en la redacción de algún texto (auto)explicativo, un análisis del resultado, un análisis de conciencia y una toma de decisiones continua.
Hoy se me ha olvidado el proceso ... bueno no, hoy he tenido, durante unos minutos, miedo. Inmediatamente he cortado el hilo de la cometa y ésta ha volado libre de nuevo chillando y revoloteando mecida por la corriente de aire caliente de mi habitación, a una altura increíble.
Ser atista supone estar reflexionando continuamente, empapándose de experiencias y elaborando discursos a cada minuto del día. A mí me deja agotado, saturado, exhausto ... en la mayoría de las ocasiones, como cuando trabajaba por cuenta ajena. Sin embargo la sensación que percibo del resto es la de "ser un jeta" y "vivir del cuento", que a veces me suscita un diálogo inteior que resuelvo rápidamente con alguna respuesta-tipo. No necesito justificar mi actividad diaria porque no necesito justificar mi propia existencia ante nadie más que yo. Ser artista es diferente, pero es que yo me siento diferente, tomo decisiones diferentes, doy trascendencias diferentes a las cosas y experiencias y las explico de forma diferente. Y asumo esa diferencia que, muchas veces, me produce una desazón y un aislamiento; la diferencia me hace sentirme solo en un mundo de obsesión por ocupar el tiempo de uno poniéndole un precio, de poner precio al conocimiento adquirido en mucho tiempo supuestamente por amor al mismo. Curiosamente, en esta época, se está emitiendo un anuncio en televisión (del que hablaré en otro momento) en el que constantemente nos están repitiendo lo mísero y mezquino de nuestra existencia en el siglo XXI, el siglo en el que se suponía que las máquinas nos habían de liberar de la esclavitud, del trabajo como ocupación preferencial en la vida, el momento del humanismo de facto y del escarmiento por haber desaprovechado tantos siglos de autoconocimiento del ser humano para pasar al disfrute del mismo como tal. Es decir, después de veintiún siglos de crecimiento tecnológico, las máquinas deberían ocuparse en liberarnos de las ataduras más convencionales para poder dedicarnos al crecimiento exclusivo como seres humanos. Se hablaba de robots que realizaríannuestro trabajo, que noperdirían nada a cambio, que no enfermarían, que, dirigidas por cerebros humanos, actuarían en consecuencia a los tiempos que vivimos explotando los recursos de forma equilibrada, etc, etc. La realidad es que de eso no hay nada, o yo no lo veo. Paradójicamente la gente cada día trabaja más, por menos, cada día hipoteca más su vida para conseguir un status ficticio, auténticamente irreal, 100% falso, de libertad. Se ha puesto precio a nuestro tiempo y ... ¡nuestro tiempo no es nuestro! El tiempo no tiene dueño ni señor que le deba poner precio, es el condicionante que nos han asignado por el simple hecho de vivir, nuestra cárcel y nuestro dominio, y lo que realmente debemos habitar y habitamos ... pero no es nuestro. "Mi tiempo cuesta dinero" es el argumento más miserable que un ser humano puede esgrimir para hacer o no algo, y, por otro lado, el que más se suele escuchar cuando la propuesta que se hace es interesante ... pero no ofrece dinero a cambio. El grado de crecimiento personal es el que debería servir de rasero para hacer o no las cosas, pienso. Pero hoy en día eso es utópico para muchos. Una utopía que resulta del miedo a la vida, ciertamente.
Yo soy artista, o así me considero, no por la calidad de mi producción material, sino por la calidad y cantidad de mi producción mental, por el funcionamiento de mis mecanismos y estrategias mentales, por mi elaboración abstracta de la vida dentro de mi cerebro y por la traducción que de ello hago en mi quehacer diario. Que gane o no dinero, y la cantidad que de ello resulte, no es más que el lastre que continuamente tengo que soportar por vivir en una sociedad que no tiene el más mínimo interés por el desarrollo de la persona como individuo y como parte del grupo. En el anuncio de marras nos lo recuerdan, nos hablan de la horrible simulación de la que nos hablaba Jean Baudrillard en sus libros, que no son pura teoría ni mucho menos. Él y otros tantos. Pero eso a nadie le importa, evidentemente, porque para ellos la única realidad es el dinero, las posesiones y la posición social endeble en la que se acomodan a vivir. Creemos ser libres y lo único que yo veo es una cárcel con los barrotes de uno u otro material, más o menos opaco, pero barrotes al fin y al cabo. Su tamaño es desconocido para nosotros, lo delimita el tiempo, que no tiene precio. Que la gente se sienta plena o no en ello depende de la capacidad que tenga para dejarse engañar por todos estos condicionantes y por los que se haya autoimpuesto en su vida. El anuncio es increíblemente terrorista, pero poca gente lo podría entender realmente porque, para mí, al menos, entender significa saber llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias, significa asimilar y asumir, y hacer de ello parte de uno mismo, incluso hacer de ello un principio de vida. Para una cosa realmente rompedora que nos propone el falso mundo de la publicidad, pasará desapercibido. No obstante, y como siempre, nos propone, como es su destino escrito (repugnante y cobardemente escrito), la máscara y el simulacro más obsceno posible: la libertad que nos ofrece un automóvil es ínfima, despreciable. Yo, personalmente, no es que no me la crea, es que no la acepto.
Hoy, al ver las cometas volar, descubro la esencia de mi propia libertad, de la libertad misma. Nada ni nadie me impide decir lo que pienso y de la manera que quiero decirlo, aunque me vaya la vida en ello y aunque ocupe toda mi existencia, porque soy artista y no tengo miedo. Mi trabajo es vivir y expresarme, porque esa es mi preferencia, porque creo entender el concepto de libertad y porque, ya que no elegí el hecho de vivir ni el momento de hacerlo, ni podría saber el de dejar de hacerlo, elijo qué hacer y cómo hacerlo entre un punto y otro, en cada momento. Y cualquier otro argumento me parece una cadena, preciosa, pero una cadena. Mi única necesidad soy yo y lo demás es, todo, pura contingencia.
* Es posible que las palabras "simulación" y "simulacro" hayan sido utilizadas inadecuadamente, lo puedo suponer. Cualquier aclaración que reciba acerca de ello será bienvenida y el texto, posteriormente, reescrito adecuadamente.
Hace unos años, cuando trabajaba por cuenta ajena, era el reloj, mecánico o electrónico, el que ordenaba lo que tenía que hacer cada hora del día: la hora en que debía abrir los ojos y empezar a pensar, la hora en que debía subirme al metro o al autobús para ir a mi trabajo, la hora en que debía comer y el tiempo que tenía para hacerlo y la hora en la que debía volver a casa o atender otro tipo de compromisos normalmente laborales; la hora de cenar, la hora de esparcimiento personal y la hora en que el día había terminado con la obligación de cerrar los ojos y desconectar de esta realidad para pdoer rendir adecuadamente en la jornada siguiente, es decir, el número de horas que se supone que debía dormir para, al día siguiente, volver a la misma rutina. Mi jefe no era mi jefe, era el reloj, que es el jefe de toda la humanidad por lo que parece.
A mí nunca me ha gustado esa idea y desde hace ya demasiados años no tengo un reloj en mi muñeca, no porque me moleste llevar algo ahí, que así es en efecto, sino porque no soporto la idea de que una invención humana, una máquina, sea la que parcele mi vida y me indique qué hacer en cada momento, mucho menos queme lo advierta con sonidos no armónicos como voces de mando. Cuando alguienme regala un reloj no me hace ningún favor ni me produce ninguna ilusión, sino que me regala el látigo que me subyuga y me adocena. Flaco favor.
Hoy, sin necesidad de escuchar ese sonido del pi-pi-pi-piiiiii, pi-pi-pi-piiiiii ... me he despertado, como casi todos los días, a las 8:30 de la mañana y he sentido en mi cabeza ese sonido. Inmeiatamente me he recordado que en el arte no hay tiempo y que yo soy artista. No intento serlo, lo soy. Intentarlo es inútil y absurdo. Ser artista no es tener una ocupación laboral, es un estilo de vida que se basa en materializar tus necesidades, se basa en la necesidad de dar forma a toda la avalancha de ideas y sentimientos provocadas por las sensaciones percibidas del exterior a través del reciclado de experiencias cotidianas. Las conversaciones, los paisajes, la observación sosegada de lo que ocurre a mi alrededor, el desayuno en la barra de un bar, que puede prolongarse horas (esa es una de las contingencias que valoro), es considerado como "trabajo". Después vendrá el momento de elaboración del nuevo concepto o de adaptación y/o modificación del concepto ya existente apoyándolo o contradiciéndolo. Posteriormente la necesidad de expresarlo de uno u otro modo y la reflexión acerca de la validez e interés personal por el resultado que, eventualmente, se traduce en la redacción de algún texto (auto)explicativo, un análisis del resultado, un análisis de conciencia y una toma de decisiones continua.
Hoy se me ha olvidado el proceso ... bueno no, hoy he tenido, durante unos minutos, miedo. Inmediatamente he cortado el hilo de la cometa y ésta ha volado libre de nuevo chillando y revoloteando mecida por la corriente de aire caliente de mi habitación, a una altura increíble.
Ser atista supone estar reflexionando continuamente, empapándose de experiencias y elaborando discursos a cada minuto del día. A mí me deja agotado, saturado, exhausto ... en la mayoría de las ocasiones, como cuando trabajaba por cuenta ajena. Sin embargo la sensación que percibo del resto es la de "ser un jeta" y "vivir del cuento", que a veces me suscita un diálogo inteior que resuelvo rápidamente con alguna respuesta-tipo. No necesito justificar mi actividad diaria porque no necesito justificar mi propia existencia ante nadie más que yo. Ser artista es diferente, pero es que yo me siento diferente, tomo decisiones diferentes, doy trascendencias diferentes a las cosas y experiencias y las explico de forma diferente. Y asumo esa diferencia que, muchas veces, me produce una desazón y un aislamiento; la diferencia me hace sentirme solo en un mundo de obsesión por ocupar el tiempo de uno poniéndole un precio, de poner precio al conocimiento adquirido en mucho tiempo supuestamente por amor al mismo. Curiosamente, en esta época, se está emitiendo un anuncio en televisión (del que hablaré en otro momento) en el que constantemente nos están repitiendo lo mísero y mezquino de nuestra existencia en el siglo XXI, el siglo en el que se suponía que las máquinas nos habían de liberar de la esclavitud, del trabajo como ocupación preferencial en la vida, el momento del humanismo de facto y del escarmiento por haber desaprovechado tantos siglos de autoconocimiento del ser humano para pasar al disfrute del mismo como tal. Es decir, después de veintiún siglos de crecimiento tecnológico, las máquinas deberían ocuparse en liberarnos de las ataduras más convencionales para poder dedicarnos al crecimiento exclusivo como seres humanos. Se hablaba de robots que realizaríannuestro trabajo, que noperdirían nada a cambio, que no enfermarían, que, dirigidas por cerebros humanos, actuarían en consecuencia a los tiempos que vivimos explotando los recursos de forma equilibrada, etc, etc. La realidad es que de eso no hay nada, o yo no lo veo. Paradójicamente la gente cada día trabaja más, por menos, cada día hipoteca más su vida para conseguir un status ficticio, auténticamente irreal, 100% falso, de libertad. Se ha puesto precio a nuestro tiempo y ... ¡nuestro tiempo no es nuestro! El tiempo no tiene dueño ni señor que le deba poner precio, es el condicionante que nos han asignado por el simple hecho de vivir, nuestra cárcel y nuestro dominio, y lo que realmente debemos habitar y habitamos ... pero no es nuestro. "Mi tiempo cuesta dinero" es el argumento más miserable que un ser humano puede esgrimir para hacer o no algo, y, por otro lado, el que más se suele escuchar cuando la propuesta que se hace es interesante ... pero no ofrece dinero a cambio. El grado de crecimiento personal es el que debería servir de rasero para hacer o no las cosas, pienso. Pero hoy en día eso es utópico para muchos. Una utopía que resulta del miedo a la vida, ciertamente.
Yo soy artista, o así me considero, no por la calidad de mi producción material, sino por la calidad y cantidad de mi producción mental, por el funcionamiento de mis mecanismos y estrategias mentales, por mi elaboración abstracta de la vida dentro de mi cerebro y por la traducción que de ello hago en mi quehacer diario. Que gane o no dinero, y la cantidad que de ello resulte, no es más que el lastre que continuamente tengo que soportar por vivir en una sociedad que no tiene el más mínimo interés por el desarrollo de la persona como individuo y como parte del grupo. En el anuncio de marras nos lo recuerdan, nos hablan de la horrible simulación de la que nos hablaba Jean Baudrillard en sus libros, que no son pura teoría ni mucho menos. Él y otros tantos. Pero eso a nadie le importa, evidentemente, porque para ellos la única realidad es el dinero, las posesiones y la posición social endeble en la que se acomodan a vivir. Creemos ser libres y lo único que yo veo es una cárcel con los barrotes de uno u otro material, más o menos opaco, pero barrotes al fin y al cabo. Su tamaño es desconocido para nosotros, lo delimita el tiempo, que no tiene precio. Que la gente se sienta plena o no en ello depende de la capacidad que tenga para dejarse engañar por todos estos condicionantes y por los que se haya autoimpuesto en su vida. El anuncio es increíblemente terrorista, pero poca gente lo podría entender realmente porque, para mí, al menos, entender significa saber llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias, significa asimilar y asumir, y hacer de ello parte de uno mismo, incluso hacer de ello un principio de vida. Para una cosa realmente rompedora que nos propone el falso mundo de la publicidad, pasará desapercibido. No obstante, y como siempre, nos propone, como es su destino escrito (repugnante y cobardemente escrito), la máscara y el simulacro más obsceno posible: la libertad que nos ofrece un automóvil es ínfima, despreciable. Yo, personalmente, no es que no me la crea, es que no la acepto.
Hoy, al ver las cometas volar, descubro la esencia de mi propia libertad, de la libertad misma. Nada ni nadie me impide decir lo que pienso y de la manera que quiero decirlo, aunque me vaya la vida en ello y aunque ocupe toda mi existencia, porque soy artista y no tengo miedo. Mi trabajo es vivir y expresarme, porque esa es mi preferencia, porque creo entender el concepto de libertad y porque, ya que no elegí el hecho de vivir ni el momento de hacerlo, ni podría saber el de dejar de hacerlo, elijo qué hacer y cómo hacerlo entre un punto y otro, en cada momento. Y cualquier otro argumento me parece una cadena, preciosa, pero una cadena. Mi única necesidad soy yo y lo demás es, todo, pura contingencia.
* Es posible que las palabras "simulación" y "simulacro" hayan sido utilizadas inadecuadamente, lo puedo suponer. Cualquier aclaración que reciba acerca de ello será bienvenida y el texto, posteriormente, reescrito adecuadamente.
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